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El sábado estuvimos en la feria de La Línea 2025

Este pasado sábado vivimos una jornada inolvidable en la Feria de La Línea, una de las citas más esperadas del verano en el Campo de Gibraltar. Como cada año, el recinto ferial se llenó de luz, música y sonrisas desde el mediodía hasta bien entrada la madrugada, y nosotros no podíamos faltar. Fue un día para desconectar, reencontrarse con amigos, disfrutar de nuestras raíces y, sobre todo, celebrar la vida.

Desde que pusimos un pie en el recinto ferial ya se respiraba ese ambiente tan especial que solo tiene la feria linense: las sevillanas sonando en cada caseta, los farolillos decorando el cielo y el olor a albero mezclado con el de los puestos de comida tradicional. Vestidos de flamenca, camisas de lunares y trajes de corto dieron color al paseo, mientras los caballos y enganches completaban esa postal tan nuestra que año tras año se repite, pero nunca deja de emocionarnos.

Nuestro punto de encuentro fue, como no podía ser de otra manera, una de las casetas más animadas de la feria, donde no faltaron ni el pescaíto frito ni los rebujitos bien fríos. Allí nos reunimos con compañeros, amigos y familiares para brindar, cantar y disfrutar del ambiente. Fue una auténtica fiesta en la que todo el mundo parecía conocerse, como si el tiempo se hubiera detenido por unas horas para recordarnos que, a pesar del ritmo frenético del día a día, siempre hay espacio para celebrar lo que somos.

La Feria de La Línea tiene algo que la hace única. No es solo una fiesta, es una expresión de identidad colectiva, un símbolo de hospitalidad y alegría. Las casetas abiertas a todos, la cercanía de la gente, la mezcla de generaciones bailando juntas, hacen que cualquier visitante se sienta parte de algo más grande. Y eso fue precisamente lo que vivimos el sábado: un día para compartir, para abrazar, para cantar al compás de una rumba o una bulería sin mirar el reloj.

Entre anécdotas, risas y algún que otro zapateado improvisado, fuimos sumando recuerdos a nuestra particular colección de momentos especiales. Nos reencontramos con caras que hacía tiempo que no veíamos, brindamos por los que estaban y también por los que no pudieron venir. Porque la feria también tiene su lado nostálgico, ese que nos hace recordar veranos pasados, primeras salidas, amores de juventud y tradiciones heredadas de nuestros padres y abuelos.

A medida que caía la tarde y las luces del real comenzaban a encenderse, el ambiente se volvía aún más mágico. Las atracciones cobraban vida con sus colores y música, las familias paseaban con los más pequeños y las casetas se llenaban de palmas y compás. El sábado de feria es un pequeño paréntesis en el calendario, un día para vivir el presente con intensidad, rodeado de los que más quieres.

Desde aquí queremos dar las gracias a todos los que compartisteis ese día con nosotros. A los amigos que vinieron de fuera, a los que se acercaron a saludarnos, a los que nos hicieron reír hasta dolernos la barriga. Porque al final, lo que hace especial a la feria no son solo las luces ni el albero, sino las personas. Vosotros.

Y si no pudiste venir este año, ya sabes: te esperamos el que viene con la copa en alto, el corazón abierto y muchas ganas de bailar.

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